A orillas del lago Tana, en el Nilo Azul, vivían dos amigos. Uno era un baobab, un árbol gigante, medía 25 metros, tenía más de mil años y sus ramas parecían palmas de la mano con los dedos abiertos, el otro era un papiro, un arbusto joven y pequeño con hojas finas y largas como cintas del pelo. El anciano baobab, al haber vivido tanto, había escuchado muchas historias que los viajeros contaban mientras se resguardaban del sol bajo su sombra, de ese modo se había enterado de que existía otro río que se llamaba Nilo Blanco, hermano del Nilo Azul, que los dos ríos, el blanco y el azul, caminaban juntos por otros países y mezclaban sus aguas hasta convertirse en un sólo río que llegaba al mar Mediterráneo, muy, muy lejos de Etiopía.

Baobab en el nilo azul

Cada vez que el papiro escuchaba esta historia, se sentía triste y no hacía más que lamentarse:“Eres tan alto que puedes ver todas las maravillas que rodean a estas tierras, desde tu alta copa, ves más allá del lago y del puente, puedes ver incluso las cataratas, cuando el río cae desde tanta altura que parece una cortina de agua que echa humo y que el arco iris se dibuja en el cielo cuando el sol y las pequeñas gotas de lluvia se mezclan. Yo, sin embargo, sólo sirvo para prestarle mis ramas a los pelicanos, para hacer de paraguas cuando vienen las lluvias que lo inundan todo y jamás, jamás sabré como son otros lugares”. El baobab le respondía: “Deberías de estar orgulloso de ser como eres, de la tierra donde hundes tus raíces, de la belleza del río al que te asomas y de que los pájaros, que saben que tus hojas son impermeables, te aprecien tanto porque contigo se sienten a salvo de la lluvia”.
Sí, contestaba el papiro, pero tú eres más importante, aprecian tu madera y tus frutos y bajo tu sombra se cuentan historias de viajes, por eso eres tan sabio” .

Y sí, tenía razón el papiro, el baobab había llegado a ser tan sabio por ser viejo, tanto que podría inventar miles de historias de viajes, en una de ellas, las ramas de un papiro, entrelazadas, se habían convertido en una barca y cuando vinieron las lluvias, las inundaciones se la llevaron desde el lago Tana, río abajo, atravesando las cataratas. En una curva en forma de arco estaba esperando el Nilo Blanco, al final del viaje, la barca de papiro llegó al mar llorando al no poder regresar a su tierra. Dicen que desde que el papiro escuchó esta historia, se siente orgulloso de ser como es y que ama a su tierra con todo su corazón, dicen, que sonríe cada día al ver las barcas de las gentes que pescan bajo el vuelo de los pelicanos, en el Río Azul, azul como algo tan hermoso pero tan lejano, que ni siquiera un árbol gigante como el baobab puede tocar con los dedos de sus ramas, como el cielo de Etiopia, el que ven los pelicanos bajo las hojas del papiro y las flores que perfuman las orillas del Lago Tana.

A veces, el pobre papiro pregunta al baobab qué habrá sido de la barca que llegó al mar, y él responde:
“Donde quiera que esté, está bajo el mismo cielo de Etiopía”

Texto de Rosa Mª Martínez Dios e imagen  de viajeroinsatisfecho.blogspot.com.

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