En diciembre de 2011 mi marido y yo viajamos a Addis Abeba, Etiopia, a buscar a nuestro pequeño Abdi de 5 años, después de cuatro años y medio de espera, desde que iniciáramos todos los trámites para adoptar. Siempre creímos firmemente que sobraba mucha burocracia y faltaba humanidad para llevar estos temas y al final descubrimos que era verdad. Pero, no voy a tratar aquí especialmente nuestro malestar y el de muchas familias con las que conectamos y nos contaron que pasaron lo mismo que nosotros, porque cuando llegamos a Barcelona de regreso, actuamos con determinación y nuestro pesar y las dificultades que sufrimos quedaron reflejadas donde tienen que estar, para que el día de mañana alguien pueda evitar que se repitan.

El caso importante al que quiero referirme ahora es Abdi, nuestro niño etíope del alma, y digo esto porque tanto su papa como yo ya no podemos vivir sin él.  No podemos vivir sin su alegría, sin su sonrisa, sin su optimismo, sin su superación, sin su inocente patraña …. sí, sí, está hecho un trapella como diríamos en catalán, algo así como canalla, pero de buena pasta, y aunque es difícil de entender que un niño adoptado tenga tan buen yan, él lo tiene y estamos encantados.

Abdi llegó a nuestra vida por primera vez aquella semana santa de 2011.  Su asignación la conocíamos a través de una foto, como suele ser en estos casos, y en ella vimos a un niño aparentemente alegre pero deseoso a la vez de ser acogido, de ser querido. Por fin, el 5 de diciembre, llegamos a Etiopia y nos plantamos en la puerta del orfanato para conocerlo y a partir de ese preciso momento todo cambió para nosotros. Toda esa espera se convertía en una alegría y una emoción intensa. El mejor recuerdo de ese día fue ver salir a Abdi, corriendo desde el interior hacia la puerta donde nos encontrábamos, avisado que habían llegado sus nuevos papas a buscarlo definitivamente.

Ese maravilloso momento del reencuentro se ha convertido en uno de los más emocionantes de nuestras vidas, y de la suya también, y no lo olvidaremos jamás. Los tres nos abrazamos con una fuerza y ternura indescriptibles. Ese era el momento tan esperado y deseado y fue genial, no hubo que tantear, ni canjear regalos, ni acercarnos a hurtadillas, -como nos habían dicho-, aquello fue una explosión de alegría, de júbilo, de emoción contenida por todo el tiempo transcurrido esperando a nuestro hijo. Abdi estaba excitado y nosotros también y no era para menos, aun  así, tuvimos que esperar un día más para llevarlo con nosotros. Aquella noche no pudimos dormir pensando en él. Todo fue una experiencia que es difícil de explicar, un privilegio que se guarda solo para los papás que adoptan.

En estos días se cumple un año de la llegada de Abdi a Barcelona y se ha adaptado muy bien a su nueva vida, ya va al colegio y ha hecho muchos amiguitos. Ha crecido 4 cm. y ha engordado 5 kilos. Vino con la piel áspera y ya la tiene suave como un bebé. Se le tuvo que operar del ombligo para prevenir una hernia umbilical y se recuperó rápidamente, tan rápidamente que la anécdota de aquel mismo día de la operación fue que, en el camino de vuelta, el niño aún sufría los efectos de la anestesia, pero fue entrar en casa y como no había comido en horas por prescripción médica, se sentó en el sofá medio adormilado, entonces le pusimos dibujos animados en la tele, y empezó a animarse hasta que exclamó: “mama, si us plau, vull espaguetis”! (“mamá, por favor, quiero espaguetis”!) y estaba recién operado !!! Nos hizo tanta gracia que nos empezamos a reír y a darnos cuenta de que teníamos un niño magnífico y fuerte, con un optimismo y una vitalidad fuera de lo normal.             Y pensar que, pobrecito mío, en su estancia en el orfanato, solo comía dos veces al día, la injera, la comida típica de Etiopia y pan con té, y no fue de extrañar que le costase adaptarse a la textura de ciertos alimentos. Llegó con cucs y colesterol, y un poquito de sarna, pero gracias a Dios, hoy come de todo sin ningún problema y su salud es inmejorable.

Ahora que ya domina nuestro idioma, –bueno, dos idiomas, el catalán y el castellano-, nos ha podido explicar algunas cositas que recuerda de su más tierna infancia, como que tenía una mamá y un hermanito. También, que en el orfanato le pegaban y les daban muy poquita agua para beber, así como tampoco los bañaban. Y otra de las cosas que pudimos ver con nuestros propios ojos, fue que cuando tenían que hacer pipí o caca los dejaban largo tiempo sentaditos en el orinal sin moverse, y puede decirse que hay costumbres que arraigan en los seres humanos porque Abdi, ahora, cuando va al baño sigue el mismo ritual.

Abdi es un niño muy juguetón y siempre está dispuesto a la gresca, se apunta a un bombardeo, pero a la vez es obediente y bueno, y entiende que cuando se le dice se acabó y vamos a por otra cosa mariposa, actúa en consecuencia. Desde el principio nos pareció una personita inteligente y seguimos opinando lo mismo, incluso más, porque es curioso, observador, listo, espabilado … todas esas cualidades que un niño sin sus tempranas vivencias, posiblemente, desarrollaría más tarde. Pero Abdi fue abandonado por su madre a los 3 añitos, habiendo pasado ya penurias infinitas, y estuvo en dos orfanatos. No sabemos nada de cómo fue su vida hasta que llegó a la nuestra, no sabemos si lloró mucho cuando su mamá lo dejó en el primer orfanato, si la echó mucho de menos, si pasó mucho frio o mucho calor, si comió o no, si lo trataron bien o no.

Una cosa sé al respecto, que Abdi nos contó no hace mucho tiempo. Desde que llegó siempre tuvo mucho frio, incluso en verano tenia frio al atardecer y nos llamaba la atención su manera de temblar estando arropado. Un día, en la camita ya para dormir, le pregunté intuitivamente: “ .. Abdi, como es que tienes tanto frio si no hace frio ? en Etiopia también tenías mucho frio ? y me respondió: “Cuando estaba con mi mamá y mi hermanito por la noche pasaba mucho frio, no tenía una manta para taparme”. Se me rompió el alma de imaginármelo en una chabola, si se le podía llamar así donde estuviera, en medio de la intemperie, temblando de frio. Entonces lo abracé tanto, que quise por un momento que olvidara ese recuerdo y lo tapé mucho, mucho … porque era lo que él quería, sentir el calor de una manta que durante muchas y largas noches jamás tuvo. Porque, no sé si sabéis, que en Etiopia, de noche baja estrepitosamente la temperatura y es así todo el año.

También, respecto a su mamá de Etiopia, me dijo una vez que nunca le dio un beso. Este hecho no me extrañó, no me cogió descolocada, porque rápidamente comprendí su reacción, ya en el hotel de Etiopia, en nuestra estancia de un mes allí, su mirada de asombro cada vez que me lo comía a besos, sobre todo por la noche cuando lo arropaba para ir a dormir. Yo tenía esa necesidad, de darle ese amor y él también de recibirlo, pero él todavía no lo sabía, estaba descubriendo entonces que aquello era una demostración de amor, de ese amor que él no había conocido antes. Entonces le dije, “pues te ha tocado la mama más besucona del mundo, lo siento muchacho” y arrancó con una carcajada de las suyas, pero fue por lo de “lo siento muchacho” que le sonó a chino.

Tampoco pude evitar emocionarme cuando hace un par de meses, se acercó a la cocina donde yo estaba, y cogiéndome de las piernas me dijo: “mama t´estimo per sempre !” (“mama te quiero para siempre !“). Me quedé sin aliento, con la carne de gallina por todo el cuerpo, enseguida le respondí que yo también, y me pregunté de donde había sacado esa expresión ? .. yo cada día le repito que lo quiero mucho, pero el “para siempre” ? Entendí que ya hizo el vínculo, ese famoso vínculo del que hablan los psicólogos. El que tienen que hacer los niños desenraizados, por no haber tenido la suerte de tener unos papás. Con los nuevos papás necesitan un proceso de adaptación, y cuando se sienten seguros y felices es cuando crean el lazo que les permite comprender que ya viven una vida normal, con un papa y una mama que los quieren y los van a cuidar “para siempre”.

Ese día del “t´estimo per sempre” no dejé de pensar en la responsabilidad de todo lo que transmitimos a los hijos con nuestra actitud en la vida. Tuve claro que, aunque soy estricta en su educación, no puedo fallarle nunca en el amor que siento por él, en el amor y cariño, que tanto su padre como yo, le prodigamos. Y ese amor y ese cariño, verdaderas necesidades vitales de Abdi, están siendo satisfechas, y por eso, es hoy, después de tan solo un año de su nueva y valiosa vida, un niño muy muy feliz !!

Texto e imagen de Yolanda Ferrer Requena

*Si te ha gustado, deja un comentario en positivo en el apartado ”Comentarios” . El recuento de número de estos comentarios será la forma de otorgar los premios.

Bases del concurso y relatos publicados