Aquella noche no paraba de dar vueltas en la cama, estaba inquieta y no conseguía dormir. Di otra vuelta y estiré el brazo, a tientas y sin tirar nada alcancé el reloj de la mesilla de noche, eran las 2:30 de la mañana.

Decidí levantarme , cogí el despertador y me lo lleve conmigo; me fui al salón y puse música bajita, elegí “Fikir” de Aster Aweke, una de mis favoritas entre la música etíope además cada vez que la escucho siento que vuelo de nuevo a Addis. Después  alcancé un álbum de fotos de la librería y me tumbé en el sofá; era el del viaje a Etiopia en 2010 con mi marido, el viaje más especial que hemos hecho hasta ahora porque fue el comienzo de nuestra vida como padres.

Me puse a pasar paginas y a disfrutar con las fotos, allí estaba mi niña que entonces era un bebe de pocos meses, de grandes ojos que observaba con atención a su alrededor, fotos con tiernos momentos en la habitación y en el patio de nuestro hotel de Addis Abeba junto a ella, los paseos por las calles próximas al hotel Amanaya, el barullo de sus calles, el merkato, la iglesia de San Jorge, las mujeres vestidas de blanco a la salida de la iglesia con sus “shash” en la cabeza, la cena en el restaurante tradicional etíope con injera y bailes en directo,¡ que recuerdos!, y por fin las fotos del día que subí al monte Entoto.

“ Era casi de día, el sol asomaba tenuemente y yo andaba por la carretera, estaba asfaltada y era bastante empinada pues subía y subía.

Estaba sola, al andar sentía una corriente de aire fresco que me daba en la cara y era agradable. Además olía muy bien, aquel olor me gustaba y me resultaba conocido, ero un olor parecido a la menta pero más suave el que impregnaba el ambiente.

A mi espalda llevaba una pequeña mochila, en mi camino ascendente llegue hasta un pequeño claro que parecía un mirador, me acerqué y miré hacia abajo a disfrutar de la panorámica. Me rodeaban bosques de eucalipto, aquel olor era del eucalipto y bajo mis pies asomaba una extensa ciudad, distinguí algunas luces todavía, a mis pies tenía Addis Abeba.

Me senté un instante en el suelo a descansar y miré en el interior de la mochila, llevaba agua, un paquete de galletas, una toalla, unas tijeras, un pequeño botiquín y unos pañuelos de papel.

Tras un largo rato de descanso retome la marcha, estaba contenta porque aquel sitio me gustaba, es una suerte poder conocerlo en plena época de lluvias, es un paisaje verde, con unas praderas fantásticas, salpicado de pequeñas cabañas y rebaños de ovejas.

Continué andando, al poco de retomar la marcha me cruce con un grupo de mujeres que bajaban por la carretera cargadas con haces de leña a sus espaldas, con ellas bajaban una hilera de burros que también iban cargados de leña. Transportaban madera de eucalipto, el árbol por excelencia de estas montañas que suministran madera a las gentes de la zona.

Pase a su lado y les salude con un “ëndemën aderu”, saludo que ellas me devolvieron acompañado de una tímida sonrisa.

Tras un largo tiempo caminando llegué a un punto donde había algunas casas, y junto a la carretera había un puesto de venta que estaba abriendo.

Me acerque hasta allí y salude, al otro lado había una muchacha de unos diez años, muy guapa, tenia unos ojos grandes, llenos de vida y un precioso pelo rizado, me miro y me recibió con una amplia sonrisa y me preguntó si necesitaba algo porque ella vendía un poco de todo, agua, pan, conservas, verdura.

Te cuento Etiopía: monte Entoto

Le pedí un bollo de pan y le entregué un birr al tiempo que le sonreí.

Después le pregunté con timidez casi mordiéndome la lengua por si le molestaba mi pregunta que si no iba al colegio pero ella me contestó sonriéndome de nuevo que iba cuando podía, que precisamente ese día tenia que atender el puesto de su padre ya que él había bajado al merkato, y que su madre estaba en casa con algunos de sus hermanos.

Nos presentamos, me dijo que se llamaba Adanech, en amárico y tigriña significa “ ella ha rescatado”, le dije que su nombre me gustaba mucho.

Adanech era una niña muy alegre y dicharachera, tenía muchas ganas de hablar y estuve largo rato con ella y me contó muchas cosas. Me dijo que era la segunda de cinco hermanos, tres chicas y dos chicos de edades comprendidas entre los doce y los dos años; su padre bajaba a menudo a la ciudad, al merkato donde ayudaba a un comerciante y ganaba algunos birrs, con parte del dinero compraba productos para vender en su puesto del monte Entoto. Además tenían media docena de ovejas y algunas gallinas que sus dos hermanos se encargaban de llevar a pastar y de cuidar, también me conto que muy pronto tendría un nuevo hermano y que estaba muy contenta por ello.

Estuvimos mucho rato hablando, yo le hacia compañía mientras ella atendía el puesto, al cabo de un largo rato apareció un niño de unos ocho años que venia corriendo nervioso. Era su hermano Demeke, le dijo que fuera deprisa a casa porque su madre se había puesto de parto.

En ese momento, Adanech pego un salto de los nervios, cerró el puesto lo mas rápido que pudo, me ofrecí a acompañarla y ella me lo agradeció.

Enseguida llegamos a su casa, era una cabaña con paredes de adobe y el tejado estaba cubierto de una especie de paja prensada y una sustancia que parecía musgo. Junto a la entrada estaba una muchacha cocinando en un pequeño fuego. Nos vio llegar y enseguida vino corriendo y nos condujo al interior de la cabaña, era su hermana Demeckech, la mayor, de doce años.

Su casa era pequeña, junto a la puerta había una pequeña entrada que hacia las veces de despensa, a un lado tenían sus víveres apilados en unas tablas y al otro una pequeña mesa con una palangana y unas garrafas de agua, a continuación un espacio con una mesa un poco mas grande, unos taburetes y unas lonas en el suelo y al fondo la habitación.

Entramos en una habitación donde una mujer estaba acostada en la cama, el suelo era de arena, las paredes oscuras y un pequeño rayo de luz entraba por una ventana minúscula.

Era la mama de Adanech, una mujer joven de unos treinta y pocos años, sudaba y gemía por el dolor, hermosa y de mirada profunda, me acerque a ella y le agarre la mano, le seque el sudor con un pañuelo y le ofrecí el agua que saque de la mochila.

Su hija mayor con gran tranquilidad se subió a la cama y se puso frente a ella; Demeckech nos pidió a Adanech y a mi que fuéramos a por agua y trajéramos paños, salimos corriendo y volvimos casi de inmediato, el parto era casi inminente.

Su hija mayor la animaba con voz suave, transmitía tranquilidad, apenas unos minutos después una pequeña criatura asomaba la cabeza a esta vida, me temblaban las manos que casi no acertaba a sacar la toalla y las tijeras que guardaba en mi mochila. Limpie las tijeras con alcohol de mi botiquín y le mire a Demeckech, asintió con la cabeza, ella cortaría el cordón.

Ese instante fue mágico, y por fin llegó el!!!

Era un niño!!! Era chiquitito pero parecía fuerte pues nada mas nacer se puso a llorar con fuerza, su hermana lo  limpió con paños y se lo puso a su madre sobre el pecho, aquella mujer lloraba en silencio y sonreía de felicidad al alumbrar al sexto de sus hijos. En cuanto dejo de latir el cordón, Demeckech corto el cordón umbilical con decisión, limpio a su madre y hermano, cubrió al pequeño con la toalla y lo acostó de nuevo junto a su madre.

Adanech y yo regresamos al fuego a preparar un caldo caliente y nutritivo para su madre, le comenté a Adanech mi admiración por su hermana, ella me conto que su hermana lo había aprendido de su abuela que había ayudado a su madre en todos los partos, pero su abuela había muerto hacia unos meses, así que ahora le correspondía a ella asumir ese papel, era la hermana mayor.

Mientras su madre comía, Adanech acunaba a su hermanito, y yo les miraba embelesada. Cuando terminó salimos de la habitación y fuimos a la estancia principal, la casa se había llenado de gente, habían vuelto sus hermanos de llevar a pastar las ovejas y también su padre. Se sentaron junto a una mesa, unos en pequeños taburetes, los mas pequeños en el suelo y me invitaron a comer con ellos, injera y pollo, ese día era día de celebración por el nacimiento de su hermano y su padre mató un par de pollos. Tras la comida me senté en el suelo con los mas pequeños a jugar, eran muy cariñosos, saque de mi mochila las galletas que llevaba y las repartí, agradeciéndoles su hospitalidad y amabilidad.

Jugaba y reía con ellos hasta que de repente oí un fuerte “ piii piii piii” y desperté, sonaba el despertador y no conseguía apagarlo, no estaba donde siempre, me había quedado dormida en el sofá con el álbum entre mis manos, lo mire, allí estaba la cabaña del Entoto, y los niños, niños como los de mi sueño.

 

Texto e imagen de Elena Ruiz de Azua .

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