Mi padre era un superviviente  de la tribu Afar que no pudo aguantar  el sol ardiente del Sahel y vino  a formar el hijo  de amor en las fuentes del Awash, dijo el maestro a los alumnos de la tribu somalí  que le escuchaban con mucha atención a la sombra de la acacia.

Recuerdo a mi  padre masticar el khat a la puerta de mi ari  a la vez que ordeñaba las cabras. Entre su historia y el llanto construyó un hogar de luz y amor en el que  fui dichoso compartiendo juegos con mis hermanos y con mis primos. Hasta llegar aquí a vuestras tierras de colores, casi sin motivo como los vientos débiles,   aprendí los idiomas universales y conservo el cansancio del largo viaje. Nuestra escuela al aire libre con la pizarra sujeta al tronco de la acacia  es la más universal de todas y vosotros, niños y niñas de la tribu somalí,  sois mis alumnos predilectos, los que escuchan ulular  la lechuza del adivino, los guardianes de las estrellas,  los niños nómadas que viven los soles y su exilio con un candil de aceite en el interior del  pecho,  prosiguió el maestro.  Os quiero dar la última lección antes de que vuestros padres levanten el campamento para marchar a  la fiesta del Año Nuevo solar al encuentro de vuestros parientes y de vuestras canciones.

Enseñanza a la sombra de una acacia -Te cuento Etiopía
Algún día, si acertáis a caminar hasta la ciudad de Harar,  os sorprenderá ver escuelas  en edificios de nueva construcción, dijo el maestro, -debéis saber que esos  alumnos no atraviesan descalzos los campos de luz, ni escuchan los silencios  en las noches de las golondrinas; vosotros compartís  la luna de bronce sobre las tiendas beduinas, vivís los alumbramientos de las gacelas y los camellos y camináis invariablemente en busca de la libertad del viento que dominan todos los hombres y mujeres de vuestra tribu; muy poco importa el vestuario, las largas distancias en autobús escolar, ni los bollitos del recreo, comparado  con el tiempo que os dispensan vuestros padres, vuestros abuelos, vuestros primos y, en general, toda  la tribu. Recordad, dijo el  maestro,  que en los ojos del niño prende la llama y en los ojos del viejo resplandece la luz, y que  el mal entra como una astilla y se agranda como una acacia, decid  siempre la verdad para que la suerte os acompañe.

Vuestras tierras son generosas, la estación de lluvias nutre holgadamente vuestro ganado, abunda el teff, la injera  y las  fiestas de Tej, observad  la naturaleza y guiaros por ella. En las tardes de julio mi padre me enseñó el Corán en el árbol de la acacia, cantó una Aleya  bajo una nube de lilas y una ráfaga de viento  me enseño que la luz de las estrellas, el perfil de las nubes y la vaguedad  del polvo son una misma flor. Agitaros como una ola y arrojad muchas flores al río para cruzarlo.
Por último, no olvidéis vuestro nombre, no olvidéis el nombre de vuestro padre y el de vuestra madre, el nombre de las plantas y la historia de los árboles de Etiopía.

Los niños y las niñas de la tribu nómada Somalí, emocionados,  se despidieron del maestro y marcharon de regreso al poblado. La bella gacela apareció en el margen del camino mordisqueando los contornos de la cala etíope y las margaritas silvestres.

 

Texto e imagen de Fernando Medrano.

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