A veces nos pasan cosas que parecen no tener ningún significado aparente, pero no es así. Siempre he leído que todo lo que nos pasa en la vida es por alguna razón, porque tiene que pasar, y aunque de entrada no sepamos leer entre líneas la razón del suceso en sí, seguro que es por una buena causa relacionada con nuestro existir, para que aprendamos o desaprendamos alguna cosa.

Yo llegué a Etiopia pensando que era muy difícil, por no decir imposible, encontrar todavía buena gente por el mundo. Incluso tenía la convicción de no querer conocer a nadie más en mi vida, llevada por la rabia de confiar en personas que no se lo merecen, o tal vez porque los dogmas que aprendí de mi padre ya no están vigentes en este siglo, -a veces lo recuerdo como un caballero, aplicando sus leyes artúricas-. Sea cual fuere la razón, esa actitud me acompañaba, así que en esa tesitura fuimos a resolver lo que teníamos pendiente en Addis Abeba, la adopción de nuestro niño.

Pero, como por arte de magia, todas las personas etíopes que conocimos nada más llegar, y con las que tuvimos un trato constante durante un mes, derrumbaban a marchas forzadas esa barrera que yo había construido con tanto ahínco. En todas ellas descubría una razón por la cual hubiera querido seguir conociéndolas, queriéndolas y tener una amistad para siempre, pareciera que las leyes del universo se habían puesto manos a la obra para demostrarme cuan equivocada estaba con mi estúpida actitud.

Llevábamos unos quince días gestionando papeleo burocrático sobre la adopción de nuestro niño etíope y conocimos a unos papás en la misma situación. En este caso eran dos parejas, papás de una niña y un niño, del mismo orfanato que el nuestro. Casualmente o no, para mí, esos papás resultaban ser de los dos únicos niños con los que estuve jugando el primer día que llegamos a recoger al nuestro,  y así lo expuse como anécdota cuando nos encontramos, queriendo creer que no iba a ser por azar que eso sucediera.     En realidad fueron los etíopes, quienes nos condujeron a ellos, dicen que el bien solo tiene un camino. Y de nuevo, mi corazón se abrió para acogerlos, porque el cariño recibido por su parte no podía caer en saco roto.

Nuestros tres niños etíopes, de tres y cuatro años, felices de estar juntos a pesar de las penurias y las carencias adquiridas, no sabían entonces que sus vidas iban a ser paralelas en un futuro cercano y que iban a seguir viéndose regularmente, como está sucediendo en la actualidad.

Abdi, Ayele y Bezha, nuestros niños, son tres angelitos que nos han caído del cielo, y que han hecho que nuestra vida ya no tenga sentido sin ellos. La han llenado de alegría, de vitalidad, de entusiasmo, -a veces, agotador, pero siempre lleno del más puro amor-. Porque eso era lo que necesitábamos los papás, llenar sus vidas de felicidad y que  llenaran también las nuestras. En este sentido, todo es mutuo, ellos están felices y nosotros también.  Y aunque no todo ha sido un camino de rosas desde que llegamos, se puede decir que la adaptación de los tres está siendo muy positiva en todos los aspectos.

Pero lo que más nos alegra es verlos juntos cada vez que los papás nos reencontramos de nuevo, y lo hacemos bastante a menudo, sabedores del bien que les hace a los niños esa relación maravillosa que tienen. Solo hay que ver como se quieren, como se cuidan, como juegan. Como si entre ellos existiera una unión que no fuera a romperse jamás. Siempre hacemos fotos, y después cuando las miro, me emociono de verlos a los tres, tal vez por una mezcla de la tristeza de desconocer su pasado y la alegría de conocer su presente. Es una emoción contenida pero siempre constante. Me parte el alma pensar que estos tres pequeños hayan pasado esas carencias básicas que han de tener los niños desde que nacen. Por suerte, me anima saber que no les volverá a suceder, pero, y todos los niños de Etiopia que todavía están esperando que unos papás vayan a buscarlos ? y todos aquellos que no tienen esa esperanza? y no solo de Etiopia. Esto sí que me entristece enormemente.

Si todos los papas del mundo, habidos y por haber, adoptasen una criatura, se acabaría el hambre en el mundo?, claro que entonces se tendrían que abogar las actuales leyes de adopción por otras no tan complicadas. Supongo que sí deben saber los que manejan esto que muchas personas no adoptan por esta razón. Y es verdad que no se puede entender la pésima organización de este trámite, que a veces deja su parte humana para convertirse en una transacción cualquiera.

Nuestros niños no saben de esas cosas y les falta todavía mucho por aprender. De momento lo que sí han aprendido muy bien es que, por fin, tienen un papá y una mamá, y además toda una familia llena de tíos, tías, primos, primas, abuelos y abuelas, mucho más de lo que esperaban y por lo que se sienten, a su manera, agradecidos desde lo más profundo de su corazón. Lo bueno de todo esto que es, son niños, y como tales, ojalá olviden pronto, si no lo están haciendo ya, todo aquello que en algún momento de su corta vida, pueda haber dejado alguna secuela.

Con esta experiencia de la adopción solo se aprenden cosas buenas y todo lo que deriva de ella es positivo. Yo he aprendido de nuevo a confiar.

Texto e imagen de Yolanda Ferrer.

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