Tashale vivía en la ciudad con su padre, su madre y su hermana pequeña. Aunque tenía edad, Tashale no iba al colegio ya que su padre no tenía dinero para ello. Cada día a las seis de la mañana se dirigían todos a la estación y se montaban en el primer autobús que les llevaba al centro de la ciudad. Al llegar, el padre de Tashale caminaba por la ciudad en busca de trabajo durante muchas horas. Su madre, llevando a sus espaldas a la pequeña, se dedicaba a buscar un poco de comida o alguna limosna que le permitiera comprar algo con lo que poder llenar el estómago de su hijo ya que la pequeña se alimentaba de la leche de su madre; en África, es bastante frecuente que los niños mamen del pecho materno durante los primeros años de su vida.

Tashale siempre esperaba en el mismo lugar hasta que sus padres iban a recogerle a eso de las seis de la tarde. Eran demasiadas horas en la calle sin nada que hacer, viendo pasar gente que caminaba de un lado a otro; su familia no era la única que mendigaba; la ciudad estaba llena de gente como ellos.

Tashale era observador y pronto encontró algo en lo que ocupar el tiempo. Vio como unos niños de su edad se dedicaban a limpiar los zapatos de la gente. Para ello solo necesitaba un pequeño recipiente con agua y un trapillo que sirviera para quitar el barro y la suciedad que se quedaban incrustados.

Llevar zapatos y llevarlos limpios dignifica a las personas; aunque no os lo podáis imaginar resulta muy difícil ir con los pies limpios porque en la ciudad hay muchos charcos y barro que hay que sortear y es casi imposible no mancharse. Así que Tashale decidió que era una buena manera de emplear el tiempo y así poder ganar algunos “birrs» para poder comprar comida para sus padres.

TASHALE EN LA CIUDAD

Cuando llegaban las seis de la tarde, cansados de deambular todo el día, cogían de nuevo el autobús que les llevaba de vuelta. Regresar juntos a casa resultaba tranquilizador. Su casa no era muy grande; para que os hagáis una idea podría compararse a la casita de paja o de palos del cuento de los tres cerditos.

Ponían unos palos de madera, un poco de carbón y encendían un pequeño fuego para calentar agua con la que la madre improvisaba una rica sopa con lo que había podido encontrar en la ciudad. Terminada la cena, Tashale se limpiaba los dientes con una ramita de manzano que los dejaba muy brillantes y antes de dormir no podía faltar la oración en la que todas las noches daban gracias a Dios, bueno a su dios Alá, por tener un lugar donde cobijarse y comida que llevarse a la boca; rezaban para que siempre pudieran estar juntos. Dormían al ras del suelo: Tashale junto a su padre, el padre junto a la madre y acurrucada en sus brazos la hermana pequeña.

Y así era un día en la vida de Tasale y su familia. Durante todo el año se repetía la misma rutina fuera primavera, verano, otoño o invierno.

Una noche el padre de Tahsale observaba a su mujer y a sus hijos mientras dormían; era bonito verles descansar y eso le llenaba de satisfacción pero de algún modo también le dolía y le llenaba de tristeza ver que su hijo no pudiera ir a la escuela; tampoco le gustaba ver mendigar a su mujer día tras día. Se levantó en silencio y con mucho cuidado preparó un hatillo con algunas cosas que pensaba que podría necesitar al día siguiente.

Por la mañana se dirigieron a la estación como cualquier otro día; el padre de Tahsale no quería volver al centro; no quería que su hijo se pasase la vida limpiando zapatos ni que su mujer caminara durante largas horas mendigando; se llenó de coraje y en medio del tumulto de la gente buscó entre los autobuses uno que les condujera a algún sitio fuera de la ciudad. Había tantos… en la estación; no había carteles ni ventanillas a las que dirigirse a preguntar, no había horarios… y la gente aguardaba largas colas para poder comprar un billete. Parecía confuso, no sabía hacia dónde ir pero pacientemente esperó su turno y sacó los pocos “birrs” que la noche anterior había guardado en el hatillo; era todo lo que tenía; compró los billetes y junto a su familia se montó en un autobús con destino desconocido.

Texto de Patricia Camuñas Verástegui e imagen de unicef.org

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