Era pequeño y huérfano, su día a día era deambular  por las calles en busca de  comida en los cubos y la buena fe de alguna persona para recibir limosna y poder vivir un día más.

Su cara reflejaba tristeza, incomprensión y sensación de vacío, él como muchos otros niños etíopes no entendía porque a él le había tocado vivir esa situación.

La frase de que otros estaban peor que él no era capaz de concebirla, es cierto que era joven pero el hecho de vivir solo le había fortalecido a base de cicatrices, había conocido a otros chavales en su misma situación, niños analfabetos que no acudían a la escuela para conseguir limosna pero entre ellos y el existía una diferencia, su familia, ellos tenían y el no, a ellos le quedaba el consuelo de que al volver a casa, por muy mal que estuvieran, alguien le esperaba, el no, el no tenia casa, vivía en la calle y siempre con sensación de miedo e inseguridad.

Sus días eran siempre los mismos, recorrerse la ciudad de punta a punta, ir a las calles más pudientes y pedir hasta que la policía le echara. Refugiarse en portales y  parques, soportar la lluvia con cartones y el sol en la sombra.

Hasta que un día, incapaz de reunir dinero para comprar comida o por enfermedad cayera muerto.

Por desgracia la vida de Kinde no era única, como el existían miles de niños. ¿De quién era la culpa? ¿Del sistema político? ¿De la religión o de nosotros por conocer la situación y no ser capaces de hacer nada?

Kinde era fuerte, pero tenia un defecto, haber nacido ser humano.

Texto de Fabio García López e imagen de mamaetiopia.blogspot.com.

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