Llego a mi lugar soñado, todo lo que ven mis ojos es hermoso, pero sé que hay más de lo que un simple turista puede pedir a un viaje de placer, vacaciones y conocimiento superficial. Me adentro en tu cultura, en tus ritos y tus paisajes. Me marcho sabiendo que volveré y entonces será una búsqueda personal.
Ayudar, cooperar…. es la idea inicial con la que parto. Un puñado de niños a los que divertir, jugar, enseñar, compartir… el destino es caprichoso y te marca las pruebas, que te enseñan la humildad y si ese anhelo es verdadero.
En Addis Abeba hay dos casas de Madre Teresa de Calcula. Una situada en el monte Entoto está dedicada a niños con Sida, que aunque enfermos y condenados son fáciles de llevar, sólo hay que jugar con ellos, enseñarles canciones y cuidarlos a la hora de comer. En la clínica es donde se encuentran los niños terminales y sólo tienen accesos las mojas y voluntarios médicos. En sí la casa es espectacular, es como una residencia en las montañas, entre jardines, y voluntarios dispuesto ayudar.
La segunda casa se encuentra casi en Seddiskilo, cerquita del museo Nacional. Mucho más modesta, pero cuando traspasas sus puertas es un oasis dentro del desconcierto de las calles de Addis. Enfermos de todas las clases, hombre, mujeres, niños, niñas se reparten por barracones bien distribuidos. Barracones bien llevados por los cuidadores, las monjas y los poquitos voluntarios que en ella se quedan.
No fue fácil. Recuerdo el sonido de mis pasos adentrándose en la casa, las miradas tristes de hombres envueltos en sus mantas de cuadros de colores a la puerta del barracón de entrada, donde están los enfermos que llegan y esperan ser visitados para determinar cual es su mal, y su leve sonrisa cuando mis ojos se miran en los suyos y entrecruzamos un casi inaudible Salam.
El susto en mi mente y en mi corazón, ¿que voy hacer aquí? sólo tengo dos manos, me desmayo con una gota de sangre y no tengo ningún conocimiento médico. Un cortaúñas y una bandejita quirúrgica fueron mis primeros instrumentos. Cortar uñas, un gesto sin importancia, que encierra la mayor lección de mi vida. Temblando como una hoja, como pude corté mis primeras uñas. Nunca olvidaré aquellas manos ni el rostro que me observaba, su expresión de gratitud y satisfacción.
En silencio, continúe con la función asignada, en alguna ocasión intenté esquivar (tengo que reconocerlo) alguna de aquellas manos y aquellos pies, pero las suplicas de los hombres y mujeres a los que pertenecían para que les cortará sus uñas, pudieron más.. fuera tonterías y para adelante. Eso sí, me moría de vergüenza cuando terminaba, me besaban y abrazaban por haberles quitado ese sufrimiento de los pies, cuando minutos antes lo único que quería era pasar de aquello.
Mi primera cura de humildad, aun me esperaba otra más grande más allá de enfermedades, padecimiento y agonía. La de enfrentarme a la realidad de los niños que no quiere nadie, niños con parálisis cerebral, deficientes, locos, ciegos, sordomudos, esos niños que aquí dentro de su cruz, pueden tener un nivel de vida aceptable, pero que allí sólo pueden dormir, comer, dormir y aún así son privilegiados por estar acogidos en la casa y no encerrados en alguna choza. ¿qué hago aquí? ¿a qué jugamos? ¿dónde están los niños para biberones? En un instante, descubrí que sólo quieren que estés con ellos, que les acaricies, que los escuches, reclamando tu atención de mil maneras, es una locura, pero bendita.
Después de cinco años, compartiendo un puñado de días en esa casa con cuidadores, enfermos y MIS niños, me doy cuenta de que nada es porque sí, que mi destino jugo bien su baza y me llevo al lugar que siempre ame mucho antes de llegar. Ver la alegría en los rostros de ese puñado de ángeles, reconociéndote y esperando cada año que llegues han hecho que ETIOPIA sea mi motor en esta vida y que un poquito de mi tiempo diario se concentre en ellos y en aquellos que intentan paliar las necesidades de sus gentes en cualquier lugar de este gran país.
Es mi realidad Etíope, más allá de sus bellos rostros y sus bellas sonrisas.
Mi razón etíope es no preguntar el porqué, cuando el amor es incondicional no hay preguntas, se siente.
Texto e imagen de Yolanda M. Serrano Moreno.
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