Tashale observaba como un niño llevaba un rebaño de ovejas, eso si que era una suerte, tener un ganado familiar y ser el pastor que lo cuidaba. Decidió seguirle durante un rato con la mala o buena fortuna de que las ovejas se asustaron al paso de un coche y empezaron a dispersarse y deshacer el rebaño. El chico reagrupaba a sus ovejas con la vara que llevaba pero una de ellas salió corriendo desorientada y se apartó del grupo. El muchacho intentó ir a por ella pero cuando se alejaba de las demás ovejas éstas se desorganizaban así que decidió volver con el rebaño. Tashale tomó la decisión de ir a por la oveja perdida y asustada a la que rescató. El pastorcillo muy agradecido le invitó a su casa. Era la hora del almuerzo y la madre estaba preparando, en el horno de piedra unas ricas tortitas hechas con harina. Tashale se relamía con el olor que le llegaba de las “enyeras”; desde luego que olía muy bien. ¡Qué contenta se iba a poner su madre cuando supiera que había llenado su estómago! Mientras la madre de su amigo trabajaba en la cocina, el padre intentaba reconstruir su casa; el granizo de días atrás había hecho daño en la vivienda de su amigo; las construcciones eran precarias y los pedruscos caídos del cielo eran capaces de destrozarlas. En aquellas tierras las lluvias son frecuentes sobre todo en los meses de verano. Todas las tardes se forman grandes tormentas que dejan mucha agua. Las mujeres sacan recipientes para abastecerse pues en estos países el agua es un bien escaso. A Tashale se le ocurrió una idea: tenía el estómago lleno gracias a aquella familia y él de algún modo quería devolverles el favor. Su padre era habilidoso reparando chozas. Preparaba una pasta a base de tierra mezclada con excremento de vaca para sujetar los caños con los que estaban construidas; hacía la misma función que el cemento. Su padre no tenía trabajo pero si podía ayudar a esta familia a reparar su casa, es más podía ofrecer su ayuda a otras familias y empezar así a ganar algún dinero.

De regreso, Tashale se lo contó a su padre el cual se sintió muy orgulloso de su hijo. Esa noche dieron gracias a Dios por el día que se había terminado y acurrucados los cuatro en el mismo sitio que les había dejado el autobús, se quedaron dormidos en medio del campo.

TASHALE VA A LA ESCUELA

El padre de Tashale comenzó a desempeñar el oficio de… albañil. Cada mañana se levantaba e iba buscando a alguien al que poder prestar sus servicios. No todo el mundo podía pagarle en “birrs” pero a cambio de su trabajo recibía otros bienes: patatas, tomates, telas, incluso ganado. Tahsale y su familia empezaron a tener una nueva vida, una vida mejor. Su madre consiguió trabajo de cocinera en una escuela donde iban los niños a aprender a leer y escribir en “amarico”. Preparaba las “enyeras” para dar de comer día tras día a todos ellos. Tashale pronto comenzó a asistir a las clases. Tuvo la oportunidad de aprender a leer, escribir, sumar y conocer los mapas del mundo. Aprendió a situar su pueblo dentro de Etiopía y a Etiopía dentro del continente africano junto a otros muchos países donde las personas eran de raza negra como él: Congo, Somalia, Kenia, Uganda, Ruanda…y donde el modo de vida era muy distinto del de otros continentes. Él sabía que había muchos niños que seguían sin poder ir a la escuela y esa idea de algún modo le fastidiaba.

TASHALE Y SU AMIGO

Al lado de su escuela había una casa de acogida que servía de hogar a un gran número de personas que no tenían familia y que necesitaban ayuda para poder vivir. Había personas de todas las edades: ancianos, mayores, adolescentes y niños. Algunos tenían dificultades para caminar y se apoyaban en muletas, otros eran sordos, ciegos y otros necesitaban sillas de ruedas en las que paseaban y que gracias a ellas podían ir de un lado a otro. Sus cuidadores se encargaban de asearles por la mañana, de darles de comer, de sacarles de paseo y por la tarde antes de cenar y dormir les cantaban canciones y jugaban con ellos al balón. Cuando Tashale terminaba sus clases se asomaba curioso para ver que ocurría en la residencia de al lado. Al principio se mostraba vergonzoso y miraba de muy lejos. Fue conociendo muy bien a todas las personas que allí vivían y sentía ganas de acercarse a ellas. Jugaba a ponerles nombres: “el cantarín”, “el asustadizo”, “el miedoso”, “el bromista”…Un día saltó la valla que los separaba., con un poco de recelo al principio entró, miró a su alrededor y se fue acercando a todos ellos. Se quedó quieto y sin pensar mucho empezó a cantarles una canción que había aprendido en la escuela..

Lo siguiente que hizo fue acompañarles en sus paseos, les contaba historias y les explicaba todo lo que aprendía en los mapas. Tashale disfrutaba; cuando estaba con ellos se sentía muy feliz. Los años fueron pasando y Tashale creció rodeado del cariño de su familia y sus maestros. Su formación elemental había terminado; tuvo que abandonar la escuela para dar paso a otros niños que lo necesitaban. Tashale no quería decir adiós a aquellos amigos a los que había estado acompañando a diario durante años al salir de la escuela. Había crecido junto a ellos; había sufrido la pérdida de algunos que estaban muy enfermos pero también había dado la bienvenida a otros. No tuvo que pensar mucho; sabía a lo que haría cada mañana al levantarse. Cuidaría de aquellas personas a los que ya consideraba su familia.

Texto de Patricia Camuñas Verástegui e imagen de africaenelmundo.blogspot.com

*Si te ha gustado, deja un comentario en positivo en el apartado ”Comentarios” . El recuento de número de estos comentarios será la forma de otorgar los premios.

Bases del concurso y relatos publicados