Kärämela
Fue un viaje muy largo. A punto estuve de tirar la toalla. No quería ni pensar que todavía nos quedaban 3 horas más de viaje, pero me armé de valor, volví a acomodarme en el asiento de la vieja furgoneta y sin decir ni una palabra, suspiré muy profundamente y me acordé de la razón por la que estábamos yendo a tu pueblo de nacimiento: a 120 Km. de Lalibela, 5 horas en una vieja furgoneta por un camino pedregoso, empinado, tan cerca de los precipicios, que en cada curva me veía caer despeñada, barranco abajo.
En los llanos, los niños y las niñas aparecían de repente, de la nada, agitando un palo, riendo, saludándonos con la mano y gritándonos. Algunas cabras, mucha tierra, nada de agua. Y de repente otro montón de niños y de niñas, saludándonos de lejos… “¿Sólo hay niños en Etiopía?” Los ojos se me llenan de lágrimas y noto una grieta en mi corazón.
En el hotel, detrás del mostrador otro niño, 12 años: recepcionista, botones, camarero y manitas, niño para todo. “¿Dónde duermes?” “Aquí” me dijo, señalando un colchón escondido detrás del mostrador.
–“¿Puedes ayudarme? Mi padre y mi madre murieron, no tengo a nadie y vivo aquí, quiero estudiar.”
Lloramos los dos cuando nos fuimos y mi grieta se iba haciendo cada vez más y más grande.
Dos días más tarde, de vuelta, 5 horas más en la misma furgoneta y por el mismo camino, pero esta vez, no soy yo la que está sentada acomodándose en el viejo asiento de la vieja furgoneta, empiezo a ser otra.
Disponemos de 3 horas antes de que salga nuestro vuelo de vuelta a Addis y las invertimos viendo las iglesias de Lalibela: “No os podéis ir sin verlas”. El guía nos lleva en volandas a Bet Medhane Alem, Bet Maryam, Bet Mikael y por último Bet Giyorgis. Hace mucho calor, vamos corriendo a todas partes, son las dos del mediodía y no hemos comido nada desde la noche anterior, para colmo, el agua de las botellas está caliente. Salimos de Bet Giyorgis y tengo la sensación de que la tierra se abre delante de mis pies.
Llegamos a la furgoneta, nos sentamos y aparece una niña de unos 3 o 4 años. Va descalza, con un vestido sucio y medio roto, el pelo alborotado y con una sonrisa de oreja a oreja me dice:
–“Hello, hello”
–“Hello guapa”
–“¿kärämela?”
Rebusco en la mochila y me encuentro dos barritas de cereales con chocolate y se las doy.
–“¿Vas a venir mañana?” me pregunta en amariña. Yo no la entiendo, pero oigo al chófer reír y me traduce su pregunta.
–“No puedo, mañana no puedo” le digo mientras noto cómo mi corazón se acaba de partir y las lágrimas no me dejan seguir mirándola.
Texto y fotografía: Anabel Ramos Rebollo
* Si te ha gustado, deja un comentario en positivo en el apartado «Comentarios» . El recuento de número de estos comentarios será la forma de otorgar los premios.