Mariola Cubells, redactora jefe del períodico ADN y colaboradora de ABAY ha querido compartir con nuestro blog su post, Los negros del mundo:

Carlota es una niña negra. Tiene tres años y por eso siempre va de la mano de alguien que la quiere bien. Nunca sola, claro. Como es muy linda, todo el mundo le dice lo guapa que es, lo bonito que es su pelo rizado y sus ojos color azabache.

Todavía ningún niño, cuyos padres hacen en casa comentarios racistas como «la culpa de todo es de los inmigrantes» o «este barrio se está llenando de negros», la ha insultado o la ha humillado por su color de piel. Así que no sabe lo que es la intolerancia o la xenofobia. Es una niña amada.

Algún día tendrá 14 años o 20. Algún día será pues una mujer negra. Irá sola al instituto, o en el metro, camino de la universidad, o en el tren, con amigas blancas, o con su novio. O sola, repito. Quizá entonces el policía que hoy le sonríe a su paso suba al vagón y entre todos los pasajeros le pida a ella sola los papeles, como se los piden a menudo al ciudadano español Santiago Zanon, un mulato de padre africano y madre aragonesa que nació en Madrid hace 36 años, cineasta y ganador del último Goya al mejor director novel. O como se los pidieron a Rosalind, una española negra de Nueva Orleans, cuando su marido, blanco, la dejó sola para ir a por las maletas.

Aunque sólo sea para eso, para que a mi hija Carlota nadie la dañe, nadie la discrimine por su color, por su origen -y ya sé que es una razón egoísta-, estoy dispuesta a combatir hasta el delirio a todos los mequetrefes del mundo, con placa o sin ella. Hay muchos, así que tengo trabajo…

 

Carlota y amigos

Carlota y amigos

 

Niños y policías

Niños y policías

24 de Septiembre de 2009 | Mariola Cubells

Más negros del mundo

En mi columna Los negros del mundo, contaba el sinsentido que supone que en un país como el nuestro a uno le puedan pedir los papeles sólo por ser negro. Daba ejemplos de ciudadanos a los que les basta su color de piel para despertar sospechas. Bien, me han escrito tantos lectores con angustias similares que tengo que contárselo a ustedes.

José Carlos, con novio marroquí, me explicó con qué rabia vivió hace nada el zarandeo y el cacheo en mitad de la calle. «El policía me dijo que era un control rutinario«, escribió. Sergio tiene una mujer negra desde hace 11 años y una hija de tres. Aguanta, dice, las miradas de recelo y los comentarios racistas en «todas partes». Ana es madre, como yo, de una niña negra y cuando leyó el artículo se echó a temblar. Bernardes ecuatoriano. Estudia un máster en Valencia y «la mirada de muchos españoles me hacen saber que soy distinto«. Isabel es blanca, pero le asusta que esto pase. Igual que Martín y Sam. O que la abuela Rosa, que tiene un nieto negro, «y por él lo que sea».

José Miguel tiene una mujer cubana a la que miran con suspicacia: han decidido no tener hijos. Javier es más optimista, y me alegro. Pero si hubo un mensaje triste fue el de un estudiante guineano de 19 años (lleva cinco en España), cuya familia vive aquí y a quien un día la policía paró y registró y cacheó: «La peor media hora de mi vida. No se imagina hasta qué punto duele». No se lo contó a sus padres y lo lloró solo. Por eso yo no puedo desvelar su nombre.