En aquel estado sin litoral de Abisinia, uno de los tres países más poblados de África, de casas circulares con techo de paja y suelo de pradera y matorral, Solimán tenía poca información, buenos amigos, pobres como él, cinco hermanos y hermanas pobres también, padres, que procedían de abuelos pobres, a los que un día en su temprana infancia, vieron partir, y despidieron con lágrimas en el corazón.

 No son  muy precisos sus recuerdos tras tanto tiempo. En su memoria, aparecen sus padres dentro de un  destello irreal; el de su imaginación de niño, despidiéndole.  Siempre los recuerda, encaminados hacia el autobús que les conduciría a Marruecos. Dispuestos a buscar, en esas fértiles tierras, una oportunidad de empleo y con el tiempo, un hueco en esa ciudad para ellos y su abultada familia.

 Solimán como hermano mayor, desde pequeño, se concentraba igual que lo hicieron  sus padres, en cambiar el destino de su familia y el suyo propio. Su situación, muy difícil de llevar, en tan árido entorno ya le era insostenible.

 Nada de lo que puede ocurrir en el resto del país, ni de lo que sucedía  en  las otras partes del mundo llega a sus oídos. Ahí casi recluidos, viven anclados en la ignorancia y el analfabetismo más absoluto, centenares de personas.

 Su gran deseo ha sido siempre beneficiarse de la vida civilizada de la ciudad. La ciudad  que sus padres, torpemente, pero admirados, la describen en sus cartas. Aquí no conoce bibliotecas ni cines. Mientras que en  la capital de Marruecos existen oportunidades. Se puede aprender, y vivir con  otros sistemas de comunicación que no sean la miseria. Y sobre todo, y muy importante para él, ahora es joven y fuerte. Debe trabajar y conocer cuanto antes las pirámides de Egipto, el gran tesoro a descubrir, y el orgullo de su pueblo.

 Entre tanto, contempla con anhelo, el deseo de cambiar su vida actual sin futuro ni ritmo por doce o catorce horas de trabajo diario. Le proporcionaran, como a sus primos, un buen sueldo al  final del  mes. Sus padres, por mayores, obtienen unos ingresos miserables.

 A pesar de  sus dieciocho años  no es gran cosa su formación. A  medida que va creciendo en edad, lo hace en olfato e intuición. Y esto, poco a poco, le aporta mayor sensibilidad e interés en la toma de  decisiones.

 Su carácter de talante paciente y disciplinado le presta solidez en este ambiente tan difícil y de pobreza extrema. En su momento  conoció  la escuela, le otorgaron enseñanzas muy básicas, y escasos  conocimientos de la vida. Esta asistencia no ha subido demasiado su nivel, con lo que casi no logra exceder, el de de un niño de diez o doce años.

Texto Calamanda Nevado Cerro 

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