Abraham llegó las 17 horas a Barajas desde Adís Abeba. Le recibía una multitud de personas. Sus nuevos tíos, sus nuevas primas, sus nuevos primos, sus nuevos abuelos… Todo era nuevo y todos tenían ojos para él. Parecía que viniera al aeropuerto un futbolista o una estrella de cine. “Qué guapo”, decía una prima. “Mira, si parece un príncipe nubio”, susurraba una tía culta. “Y qué ojos”, replicaba una amiga de la madre. “Y mira qué atlético”, insistía un amigo del padre. “Y vaya piel tiene, es pura seda”, mentaba la abuela paterna. “Este seguro que nos saca de pobres y gana la olimpiada”, bromeaba un tío. “Y con esos ojos no se le va a resistir ninguna moza” alardeaba medio en serio medio en broma una tía.

 

Sus padres no paraban de hablar de él: “se llama Abraham”, presumía la madre; “pero ¿Abraham no es judío?”, indagaba un primo. “Es que en el Islam Abraham también es un profeta”, contestaba la pareja al unísono. “¿Y le vais a cambiar el nombre?, preguntaba un sobrino. “No, se lo vamos a respetar”, contestaba la abuela bien aleccionada. “Muy bien, muy bien”, asentía el abuelo materno, muy tolerante él. “Como es un nombre universal …”, decía el sobrino chico, que le sonaba muy aparente eso de universal. “Claro, claro, que en Etiopía son musulmanes”, rumiaba un primo de la mujer. “No te creas que cristianos son casi un 70 por ciento y musulmanes  poco más de un 30”, contestaba otro primo que había estado por la mañana empollándose la wilkipedia. “Amigo, no sabía…”, replicaba admirado el tío del pueblo…

 

A todo esto, Abraham se acercó a Román, un primito suyo que estaba algo enfurruñado porque nadie le hacía caso, y que se entretenía jugando de mala gana con una azafata que esperaba turno para el siguiente vuelo. Tras un pequeño forcejeo por la pelota cada uno se fue a llorar a un rincón. Como suele ocurrir en estos casos, alguien fue a regañar a Román, pero la abuela materna con muy buen criterio le agarró del brazo: “déjales que se apañen entre ellos que para algo son primos”.

 

Diez años después, cuando aún le preguntan a Abraham qué es lo primero que recuerda de España, siempre contesta riendo que al “cabrón de su primo Román, que menuda patada le atizó en el aeropuerto”. Y ya más nostálgico dice, que con el tiempo comprendió que algo le impulsaba a acercarse a él, “porque era como si a pesar de todo, los dos hubiéramos perdido algo aquel día”.


Texto Carlos Enrique Rodrigo López

 

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