Me llamo Melic, tengo diecisiete años, y me hayo tumbado en el suelo, tengo frío, presiento que estos son mis últimos minutos de vida, oigo voces, pero no puedo entender muy bien lo que dicen, no veo nada, cierro los ojos.

Días antes, me encontraba recogiendo la última cosecha de la tierra del valle de Omo, me sentía feliz y lleno de vida, pronto me encaminaría a conseguir mi gran sueño, en pocos días, me convertiría en el mejor guerrero del Donga, pues lucharía incansablemente por el amor de Anuar, mi bella y dulce Anuar.

Mi surma, ya estaba preparada desde hacia algunas semanas, lo había elegido meticulosamente ya que sería mi aliado y nos uniríamos llegado el momento para derrotar uno a uno los guerreros. Mi cuerpo cada vez mas fuerte y varonil, y mis manos deseosas de lucha, recogían tenazmente el maíz que veían a su paso, ya quedaba muy poco, pronto llegaría el momento.

Anuar era alta, y poseía la piel y el cabello más bien cuidado del poblado, con su mirada transmitía una eterna luz de vida, y la alegría se contagiaba a su paso. Una vez nos encontramos por casualidad en el lago Turkama y desde entonces no he podido dejar de pensar en ella.

Aquella mañana, mi hermano mayor me despertó antes de la salida del sol, nos teníamos que preparar, pues unas horas mas tarde empezaba la ceremonia de los guerreros del Donga y cada ceremonia requiere un ritual, nos dirigimos al lago, allí, pintamos y decoramos nuestros cuerpos guerreros, y vomitamos en las aguas del Turkama para perder nuestros miedos, todos nos mirábamos y sabíamos que deseábamos luchar hasta el final, por nuestra tribu, por conseguir a nuestras futuras esposas y para demostrar que éramos fuertes y grandes hombres. Erguimos todos nuestros surmans y con el grito de guerra, nos dirigimos hacia una planicie arcillosa donde ya nos estaban esperando, éramos aproximadamente 300 hombres, con nuestros cuerpos embadurnados de barro y pintura, y nuestras almas repletas de ímpetu y orgullo, cánticos y bailes, aquello estaba apunto de empezar.

Peleábamos hombre a hombre, ganaba la lucha quien primero hería las piernas al oponente o conseguía que el contrario se rindiera de cansancio a sus pies.

Me tocaba luchar, antes miré a mí alrededor minuciosamente, y allí estaba ella regalándome una dulce sonrisa, y fue entonces cuando emprendí el paso a mi primer combate, el hombre que tenía frente a mi era mayor que yo, posiblemente, no era la primera vez que luchaba, en sus ojos brillaba ya, la victoria, pensé un momento en el vómito del miedo, y en mi bella y dulce amada que esperaba mi victoria.

No se cuanto duró aquella batalla, pero mi cuerpo golpeado por el surman de aquel guerrero empezaba a desistir, mis piernas flaqueaban, y a pesar de que mis golpes eran concisos y duros, aquel hombre seguía sin mostrar una mueca de dolor, ni un signo de cansancio, miré a Anuar a los ojos una vez mas, y fue entonces, cuando sentí un golpe en la cabeza y caí sobre aquel suelo terroso y frío…

Me llamo Melic, tengo diecisiete años, y me hayo tumbado en el suelo, tengo frío, presiento que estos son mis últimos minutos de vida, oigo voces, pero no puedo entender muy bien lo que dicen, no veo nada, cierro los ojos, ahora oigo su voz y siento el tacto de su piel sobre la mía, pero ya es demasiado tarde, no volveré a ver el brillo de vida en sus ojos, ni su sonrisa inconfundible.

 

Texto de Noelia Gayón, fotografía de simplexiablog

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