Apenas hacía unos instantes que se había hecho el silencio en la aldea, cuando Kal saltó fuera del colchón que compartía con su hermano. A Kal le quedaban tres meses para cumplir diecinueve años, y entonces se casaría. Las dos familias se habían intercambiado el ganado, él estaba conforme con su destino, pero antes de que llegara ese día tenía que cumplir un sueño.

Tomó un cuenco y lo guardó en el zurrón que había tomado prestado, cogió el mantón para cobijarse del frío viento, un buen pedazo de injera caliente, un puñado de Kollo, varias rebanadas de carne de cordero y salió de la choza. Vivían en una aldea de Oromía, casi rozando los límites con la región de Ogadén,  que estaba asentada en el cuerno de etiopia.

Kal nunca había salido de su poblado, y tenía un sueño;  quería ir a Gambela para conocer otros animales que no fueran jirafas, leones, elefantes, rinocerontes, linces, chacales, hienas, alguna especie de mono, y aves como las águilas, halcones, buitres, loros, garzas, perdices, cercetas, palomas, avutardas, y agachadizas. Él quería conocer el guepardo, el depredador más veloz de toda África, del que tantas veces oía hablar a los más viejos cuando se sentaban a tomar café.

El sueño de Kal - Te cuento Etiopía

Era ahora o nunca.

Sin mirar atrás, Kal comenzó a caminar observando el cielo que dejaba entrever tiras de varias tonalidades de azules, y a la luna que iluminaba los campos de trigo, cebada, maíz y de teffe recién estrenados.

Evitando la carretera, Kal caminó ligero sorteando dunas, riachuelos, arbustos, y montañas. Inmersos entre la salvaje vegetación eludió dejarse ver en los poblados que se encontró a su paso, donde se veía salir espesas humaredas de los fuegos que caldeaban el interior de las chozas de adobe y de barro, con los techos de rama y hojarasca.

Fueron muchas las horas de caminata, de carreras, pero cansado alentando por su sueño no se rindió. No podía evitar sentirse inquieto porque su familia ya habría descubierto que se había ido, y que cuando llegara el jeep con el profesor, éste leería la nota que había dejado e irían a buscarlo.

Cuando al fin llego a su destino, que era el parque de Gambela, a su alrededor sobrevolaban un puñado de langostas. Se sentó recostando la espalda contra un árbol y respirando aliviado, dejó que su mirada vagara por los bosques de hoja caduca, y algún pastizal de sabana, al tiempo que sus pies se reconfortaban dentro del agua de un riachuelo.

Agotado, cerró los ojos y cuando al poco despertó había comenzado el desfile tan anhelado. Los primeros en pasar cerca de donde se encontraba fueron los jabalís africanos y un par de búfalos. Kal llenó su cuenco de agua y bebió hasta saciar su sed. Se iba a incorporar cuando se encontró con la atenta mirada de un lichi rojo y de la de unas cuantas cebras que salieron corriendo al descubrirlo.

Kobs, topis, saltarrocas, bontebok, y oryx fueron sucediéndose disfrutando de su libertad, y entonces fue cuando Kal los descubrió;  eran tres guepardos enmarcados por los colores del atardecer, acompañados de un par de crías con el vientre todavía negro.

Embargado por los sonidos, la magia de la tierra y por la caricia de una suave  brisa, kal esperó con una sonrisa en los labios, permitiendo que la noche lo cubriera, saboreando los últimos resquicios de su sueño, antes de que el jeep que se acercaba lo llevara de regreso a su aldea.

Texto de Loli González Prada e imagen de curiosidades-del-reino-animal.blogspot.com.

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