Mi hermana se llama Samarawit. Sus ojos se ven en la oscuridad y su risa se escucha en la distancia. Cuando juega en el parque sus pies se vuelven blancos por la arena y cuando duerme se sujeta bien la tripa temerosa de que una hiena se la pueda arrancar. Sólo se está quieta cuando trenzan sus cabellos, y a veces ni eso. Y no sabe pronunciar mi nombre, así que me llama Dieo.

Ella nació allí, creció allí y soñó allí. Pero ahora vive aquí. Allí se llama Addis Abeba y queda lejos; lo sabemos por los mapas. Tienen un idioma diferente y lo estamos aprendiendo. Porque mi hermana nos tiene que conocer, pero nosotros también a ella.

Mi madre quiere que vuelva a su país, quiere que guarde sus raíces. Dice que allí la luz te calienta y no necesitas despertador, que los niños nunca están solos, que descansan en las espaldas de sus madres y así no lloran tanto, que el paisaje te da vida… y yo quiero probar eso, porque dicen que es lo importante y lo que tanto falta hace.

De allí sólo conozco algún documental y las fotos de mamá. La que más me gusta es en la que va vestida con ropas tradicionales y sonríe sin mirar a la cámara mientras habla con alguien. Trabajó allí cinco años, allí nació Solomon, luego nací yo, a mi padre le ofrecieron un trabajo que no pudo rechazar y volvimos aquí. Dos años más tarde adoptamos a Samarawit.

Desde aquí mamá piensa en allí.

Si mira a Solomon, que tiene algo de sangre etíope porque su padre era un antiguo compañero de ella, piensa en los árboles que crecen a lo alto y a lo ancho y cobijan el ganado del sol sofocante.

Si me mira a mí, piensa en los ojos de papá que le transmiten una paz inmensa y le calman cuando su incomprensión se une a su rabia y se sumerge en periodos de nostalgias perdidas.

Si mira a Samarawit, ve el futuro. Porque esta niña, que no se separa de mi lado porque se considera mi protectora, tiene tanto dentro que mamá sabe que su nombre se va a oír algún día.

Hoy hemos cogido un avión y volamos al país de los 13 meses de Sunshine, como lo promocionan, porque siempre brilla el sol. Y ya en el coche recorremos la aglomeración de las calles y el tumulto de la gente.

Hoy se une el pasado, el presente y el futuro, y por fin puedo pisar ese país que tanto suspiros se lleva y tantos sueños abarca. Por fin puedo saludar a todos en el idioma de mis hermanos. Denanachu.

Texto e imagen de Eloise Liyu.

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