Hallábamonos en Presidencia Municipal reuniendo la información que era menester para comenzar el mitin.

Leíase en los panfletos y en los muros EL PUEBLO ESPERA VUESTRO INTERÉS, sin embargo, no lo aguardábamos.

Éramos tres en la quietud de la taberna, pues en eso tornóse la casa de campaña. Una baraja y no faltaría más.

No había tema de charla y el memorando junto con los panfletos yacía junto al discurso que hubiese sido inolvidable para la provincial comarca española.

Asomados en la estrecha puerta, la vista vaga y los comentarios terregosos, buscábamos sin ambición un paseante que al menos recibiese un volante.

Divisamos a un tiempo una aparición inusitada. Con el delicado pasito de un alma perdida, los funcionarios y yo observamos su frente ingenua enmarcada en un manto ultramar de seda que caía hasta sus florecientes pies; andando, emergiendo uno detrás del otro bajo la túnica turquesa, hacia nosotros. Aparecida a color, sobresaliendo en el paraje gris de cielo encapotado. El cabello ébano partido a la mitad con tocado de dijes áureos nos sugirió pensar en la candorosa forastera como una princesa caída quizá de una caravana por el desierto, dormida y transportada hasta aquí de manera inexplicable.

Nadie meditó lo que acontecería al detener su calzado de flor etíope ante nuestra pintoresca presencia; vulgares imágenes públicas, pantalón de mezclilla, camisas a cuadros o rayas, las mangas dobladas, en mi caso.

Qué pensaría la divina dama, que descendía la colina con un solo árbol por todo paisaje, de nuestra mundana hispanidad.

Al detenerse al fin, lo hizo como presintiendo que la soledad de la región se extendería de igual forma avante.

Sencillamente preguntó con voz que el viento amenazó con llevarse por su claridad, y sus palabras nos llenaron de asombro como de arrobo su presencia.

-¿Ésta es Etiopía?, pronunció con tal gracia y doncellez.

Quedamos en silencio confuso.

Como servidor público sentí mi deber guiarla, como Presidente, me adelanté a mis colegas, en uso de mi derecho, y aunque no lo tuviera, la conduciría hasta el fin del mundo.

-Sí, hermosa, ésta es Etiopía.

Texto e imagen de Strid Perellón.

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