El lago Tana está sereno, unas nubes blancas se reflejan en su agua cristalina, las barcas de papiro transportan leña para los hogares; dos pequeños islotes están habitados por una numerosa familia de pelícanos blancos.

Pelícanos blancos

Me encuentro sentado debajo de  uno de los asombrosos árboles  de África, cuyas raíces, gruesas como serpientes gigantes,  se introducen directamente en el agua. Un grupo de monos jóvenes juega en uno de sus troncos;  un ave del paraíso se posa a unos metros de mí moviendo su larga cola de cinta de organdí.  Multitud de pájaros multicolor traspasan el cielo luminoso . Varios niños se bañan en la orilla.

El árbol de la historia

Uno de los monos juguetea con un manojo de llaves prendidas en un aro  de hilos de colores. Junto a un tronco seco encuentro un trozo de espejo y un cuaderno con anotaciones a modo de pequeño diario, en el que se intercalan versos,  dibujos de flores, pájaros  y nubes sin lluvia .  Entre sus páginas, la fotografía de una joven de cabellos dorados y piel extremadamente pálida.

Leo su último escrito de ayer.

“Para Andrea,  que eligió unirse a las ballenas de la Península Valdés

 Mi amada cantora:  Con el alba volví al acantilado para ver las increíbles ballenas  francas, adonde despertaste  de una vulgar vigilia. Regresé para sentir la fragancia del perfume que dejaste en tu pañuelo carmesí, el que se fue por el aire, y percibir tu ausencia. Has cristalizado tu canto  al poema sinfónico de las ballenas, por fin transitas  por caminos de algas y blanca espuma.

Me faltó en valor.  Mis impulsos  de cisne desorientado me han traído hasta este lugar mágico,  hasta este lago sereno,   fuente de río fértil y rumboso, la flor del Nilo Azul.

 Dulce Andrea, deseo emprender el viaje  desde este remanso de agua muerta con rumor a puerto abandonado y transportarme inundando la ribera  del río esencial hasta Alejandría, hasta el mar que ríe su última risa de olas. Desde este inmenso Lago Tana, de brisas misteriosas,  donde un  poema del agua   se ha abierto dentro de mi alma con una  fuerza que me atormenta y me turba,  deseo escapar. El lago arde por los cuatro costados, me estremece  la conmoción inefable de los cielos primitivos;  la arboleda con guirnaldas de seda  me produce  un dolor lírico de cabeza. Y, sin embargo, nada es excesivo en el silencio que producen las corrientes. Voy hacia  ti, queridísima Andrea, con la blanca brisa en el aire de ayer, la misma que acarició por última vez tu cabello de oro en Península Valdés. La doncella que se casa con el viento en un romance trágico de amor.

No desesperes amor mío, las corrientes favorables  nos encontrarán en el mar de las sirenas, mar antiguo  donde todo es inabarcable Pasará mucho tiempo, quizá cien, o más años, pero nos reencontraremos; nuestra esencia se unirá y nuestros versos incomprendidos germinarán.

Adiós amor, esperaré al crepúsculo, o después,   cuando el cielo de la noche luzca la negrura del silencio plagado de murmullos y secretas conversaciones. Me deslizaré por el salto de Tis atravesando espumas circundantes, como velos de novia, hasta caer en el remanso

 

Cataratas del Nilo Azul

 Soy responsable del sol y de las brisas, de nuestras caricias y de nuestro amor. ¡Por el río se van mis ojos y tus recuerdos, amada mía!

 Hacia el ocaso miro el lago hecho de tiempo y agua; temblorosas  lamparillas iluminan el borde,  y una cortina de luceros resplandece sobre la superficie que va palideciendo por instantes. Tengo un deseo irresistible  de llorar a solas con un llanto dulce y alegre, luminoso porque quiero volver a la flor. 

 Cien flores blancas enredan mis pies, flores cuyas raíces se hunden en los fondos donde moran las caracolas, adonde  llega la tenue luz de las estrellas grandes.

 El lago no se va nunca, amada Andrea, siempre estará aquí, en cambio,  yo,  corro a tu encuentro transportada por un poema sin fin.

¡ Adiós, Adiós!”

                        Clara.

 El lago está sereno, a lo lejos, un tostadero de café desprende  un humo negro. Son las cuatro de la tarde, luce el sol;  me parece estar repasando un sueño a medio borrar.

 El niño que se bañaba en el agua turquesa viene hacia mí, me sonríe y, bajo un cielo perlado,  canta una canción de pescadores de viento y de sal.

           “El pescador se fue

            por el viento cálido,

           sólo volvió su barca

           repleta de misterios”

          Luce el sol de la tarde

          ………………………………”

Texto y fotografías de Fernando Medrano, nuevo colaborador de Abay

Etiopía etíope Abay Ethiopia

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